Nuestras ciudades están llenas de edificios enfermos que no saben que lo están. A veces sus propietarios detectan pequeños malestares quejándose de una humedad aquí, de una grieta allá, e intentan buscar algún remedio inmediato que resuelva los síntomas. Se llevan a cabo pequeñas reparaciones localizadas en los problemas manifestados, los conocidos «parches». En muchas ocasiones el resultado es que, al de un tiempo, esos síntomas vuelven a aparecer. Esto suele provocar un creciente malestar dentro de los afectados de las comunidades de vecinos.
Y el problema no acaba ahí, porque ante la insistencia de los que padecen estos síntomas manifiestos toca tomar una decisión entre todos sobre las acciones a llevar a cabo ante tales circunstancias. Es como si sometiésemos a votación la decisión sobre el tratamiento más adecuado para un enfermo grave entre personas no expertas en la materia. Y por añadirle un poco más de suspense al tema, normalmente las distintas opciones a contemplar siempre suelen ir acompañadas de un cuantiosos desembolso de dinero.
Ante semejante panorama nos gustaría reivindicar desde estas líneas el papel del «Arquitecto de cabecera». No se trata más que de esa persona formada y preparada para diagnosticar el problema existente más allá de los síntomas aparentes, pudiendo determinar de este modo las soluciones más adecuadas en cada caso. El símil con el médico de cabecera, al que estamos más habituados, es bastante evidente.
Se trata, por otro lado, de evitar el «automedicarse» yendo directamente a las constructoras. Gracias a su experiencia son capaces de recomendar determinadas obras para reparar los problemas detectados por los propietarios. Sin embargo, si no se realiza un examen exhaustivo y completo del paciente, puede suceder que existan otras patologías ocultas que no se estén teniendo en cuenta y que podrían cambiar el diagnóstico determinado.
Tampoco queremos pasar por alto el hecho de que en muchas ocasiones la solución a adoptar requiera de la prescripción y por tanto de la redacción de un proyecto por parte de un técnico competente. Es por tanto que esa decisión inicial de acudir a la «farmacia» sin pasar por la consulta no evita realmente este trámite. Consideramos sin lugar a dudas que es mejor hacer las cosas en su orden correcto. Ya con la receta se pueden solicitar presupuestos más acordes y con el mismo punto de partida, facilitando la comparativa entre ellos y por tanto su elección.
Pero queremos ir más allá. La función de estos técnicos no es solo la de evaluar el estado del edificio y determinar las acciones necesarias llevar a cabo, sino que es la persona que vela por la comunidad, por sus intereses económicos y personales, por la seguridad, por la buena ejecución de las obras… Es cierto que no en todos los casos se dan estas circunstancias, como en la medicina, no todos los técnicos son iguales. Por eso es importante contar con uno de confianza. Las comunidades de vecinos se tiene que fiar de él y sentir que está de su parte. No se trata de delegar en él la toma de decisiones, sino de tener en cuenta su opinión profesional en las mismas.
El «Arquitecto de cabecera» no debiera entenderse como la persona necesaria para que me firme el proyecto, sino como ese especialista con el que es mejor contar desde el principio para evitarse problemas y poder tomar las decisiones más adecuadas.
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